Vinculados al Sacrificio de Cristo;
Cordero que Quita el Pecado del Mundo
Una de las misiones del cristiano es la de luchar por eliminar el pecado del mundo, actuando y siendo testimonio de la vida de Jesús para crear un mundo mejor y más unido. Juan Bautista claramente señala con claridad a Jesús como el Mesías, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Un “Cordero” proporcionado por Dios para la nueva pascua liberadora de la humanidad. El Cordero que hace posible la eliminación del pecado desde la raíz.
Juan fue fiel a la misión que se le había encomendado que fue la de preparar el camino al Mesías. Observamos también en el profeta Isaías una misión similar a la de Juan, la de ir haciendo camino a los hombres hasta que definitivamente lleguen a Dios. Los dos son profetas sencillos que se retractan de su poder para enaltecer al cordero inmolado, el sacrificio de la salvación.
La vocación de todo discípulo de Jesús, de todo cristiano, debe ser el vivir de tal modo que, con su ejemplo, contribuya a la eliminación del pecado en el mundo. En el nombre de Cristo, en comunión con El y dirigidos por el Espíritu Santo, debemos esforzarnos en vivir en nuestro mundo influenciado por el pecado, como santos, es decir, como personas que tratan siempre de hacer el bien evitando el mal.
No sólo vivimos en un mundo infectado por el pecado, sino que también nosotros somos afectados y sufrimos en nuestro propio cuerpo la fuerza de ese pecado. Somos constantemente tentados, y a la vez somos llamados a la santidad. Intentemos ser siempre fieles a nuestra vocación para contribuir a que la salvación de Dios se extienda a todas las personas de nuestro mundo, desterrando de la sociedad el egoísmo, la corrupción, la maldad, las imperfecciones de la sociedad, como hicieron Jesús y María, y como hicieron también tantos y tantos santos, a pesar de ser mortales y pecadores como nosotros. Incansablemente debemos luchar para que desaparezcan de nuestro mundo las injusticias y las guerras, y que reine la paz y la unión. De ello tenemos nosotros que dar testimonio, como Juan. Esta es la misión cristiana: eliminar lo que se opone a la vida auténtica que ofrece Dios, lo que se opone a los valores; esta acción incluye el perdón pero también la posibilidad real de que el mal se corte de raíz. Luchar contra la injusticia, eliminar la pobreza, tener compasión con el que sufre, y ser transmisores de esperanza, como Jesús.
Por medio de la Palabra Viva de Dios que va haciendo camino en nuestras vidas descubrimos la persona de Jesús y su mensaje, así nuestro seguimiento cristiano se va concretando. Todo tiene que ir encaminado a hacer crecer nuestra fe y nuestra vida, a que como cristianos vivamos “haciendo un mundo mejor.” Que mejor testimonio de unidad y humildad que el que da Juan el Bautista, él reconoce en Jesús al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), que quita las divisiones y las peleas y pone la fuerza del amor, que es capaz de unirlo todo. Todos hemos recibido un mismo Espíritu, todos formamos un solo pueblo, una sola familia humana. El Espíritu que recibe Jesús, y del cual Juan da testimonio, es también el que recibimos nosotros para constituir una comunidad espiritual llamada a la unidad y al amor. Las palabras de Jesús nos invitan a dar testimonio de esa unidad. Es la única manera con la que haremos un mundo mejor para los que lo habitamos y los que lo habitarán.
De la misma manera, Isaías se siente llamado por Dios, desde el vientre de su madre, a la tarea de ser “luz de las naciones” (Isaías 49:6), luz para todos los pueblos, una luz de unidad, una luz de esperanza, una luz que ilumine nuestro camino de seguimiento hacia Jesús. El profeta Isaías va dibujando la figura del Siervo de Yahvé, y a través de diversos poemas va trazando los perfiles de ese personaje, que ha de salvar al pueblo de Dios. Él es, efectivamente, el mayor reflejo de la grandeza de Dios, es su imagen perfecta, es la manifestación mejor conseguida del amor divino, que nos tiene el Padre eterno. Es el Cristo, el Verbo encarnado, Jesús de Nazaret
También en esto hemos de asemejarnos a Cristo. Siendo como luces encendidas en medio de nuestro mundo oscuro. Y es que la misión de Cristo se prolonga en los que le siguen. Los que creemos en él somos, hemos de ser, una llamada a la esperanza. Y así cada cristiano que viva seriamente sus compromisos será como un punto de luz. De
esta forma, todos encendidos, construiremos un mundo mejor, iluminado por el resplandor del amor de Cristo.
Jesús confiadamente dijo: "mi alimento es hacer la voluntad del Padre...”, y en la hora misma de definir su sacrificio en la cruz, volvió a repetir: "¡Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya!". Este salmo es ante todo la "oración misma de Jesús", pero Jesús nos invita a que también sea nuestra propia oración. Lo que Dios espera de nosotros, no son los sacrificios externos, las oraciones ajenas a nosotros, Dios espera el ofrecimiento de nuestra carne y sangre, de nuestra vida cotidiana, del "sacrificio espiritual”. Dios espera más nuestros comportamientos cotidianos, que nuestras oraciones dominicales. Hacer su voluntad en lo profundo de nuestras vidas es lo que espera Dios de nosotros.
Jesucristo, el Cordero de Dios, realmente ofrece la seguridad - si el ser humano pone lo que está de su parte- no solo de evitar el pecado sino de enfocar su proyecto de vida en los principios que generan la vida de calidad que Dios ofrece. Entreguemos nuestros cuerpos como sacrificio de ofrenda, no de una vez sino día a día y momento a momento, en honor y gloria de Dios. Si vivimos así, la esperanza renacerá siempre en medio de las dificultades, nos sentiremos vinculados al sacrificio de Cristo y, por consiguiente, asociados también a su triunfo. El don de Dios es, finalmente, Cristo.
Cordero que Quita el Pecado del Mundo
Una de las misiones del cristiano es la de luchar por eliminar el pecado del mundo, actuando y siendo testimonio de la vida de Jesús para crear un mundo mejor y más unido. Juan Bautista claramente señala con claridad a Jesús como el Mesías, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Un “Cordero” proporcionado por Dios para la nueva pascua liberadora de la humanidad. El Cordero que hace posible la eliminación del pecado desde la raíz.
Juan fue fiel a la misión que se le había encomendado que fue la de preparar el camino al Mesías. Observamos también en el profeta Isaías una misión similar a la de Juan, la de ir haciendo camino a los hombres hasta que definitivamente lleguen a Dios. Los dos son profetas sencillos que se retractan de su poder para enaltecer al cordero inmolado, el sacrificio de la salvación.
La vocación de todo discípulo de Jesús, de todo cristiano, debe ser el vivir de tal modo que, con su ejemplo, contribuya a la eliminación del pecado en el mundo. En el nombre de Cristo, en comunión con El y dirigidos por el Espíritu Santo, debemos esforzarnos en vivir en nuestro mundo influenciado por el pecado, como santos, es decir, como personas que tratan siempre de hacer el bien evitando el mal.
No sólo vivimos en un mundo infectado por el pecado, sino que también nosotros somos afectados y sufrimos en nuestro propio cuerpo la fuerza de ese pecado. Somos constantemente tentados, y a la vez somos llamados a la santidad. Intentemos ser siempre fieles a nuestra vocación para contribuir a que la salvación de Dios se extienda a todas las personas de nuestro mundo, desterrando de la sociedad el egoísmo, la corrupción, la maldad, las imperfecciones de la sociedad, como hicieron Jesús y María, y como hicieron también tantos y tantos santos, a pesar de ser mortales y pecadores como nosotros. Incansablemente debemos luchar para que desaparezcan de nuestro mundo las injusticias y las guerras, y que reine la paz y la unión. De ello tenemos nosotros que dar testimonio, como Juan. Esta es la misión cristiana: eliminar lo que se opone a la vida auténtica que ofrece Dios, lo que se opone a los valores; esta acción incluye el perdón pero también la posibilidad real de que el mal se corte de raíz. Luchar contra la injusticia, eliminar la pobreza, tener compasión con el que sufre, y ser transmisores de esperanza, como Jesús.
Por medio de la Palabra Viva de Dios que va haciendo camino en nuestras vidas descubrimos la persona de Jesús y su mensaje, así nuestro seguimiento cristiano se va concretando. Todo tiene que ir encaminado a hacer crecer nuestra fe y nuestra vida, a que como cristianos vivamos “haciendo un mundo mejor.” Que mejor testimonio de unidad y humildad que el que da Juan el Bautista, él reconoce en Jesús al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), que quita las divisiones y las peleas y pone la fuerza del amor, que es capaz de unirlo todo. Todos hemos recibido un mismo Espíritu, todos formamos un solo pueblo, una sola familia humana. El Espíritu que recibe Jesús, y del cual Juan da testimonio, es también el que recibimos nosotros para constituir una comunidad espiritual llamada a la unidad y al amor. Las palabras de Jesús nos invitan a dar testimonio de esa unidad. Es la única manera con la que haremos un mundo mejor para los que lo habitamos y los que lo habitarán.
De la misma manera, Isaías se siente llamado por Dios, desde el vientre de su madre, a la tarea de ser “luz de las naciones” (Isaías 49:6), luz para todos los pueblos, una luz de unidad, una luz de esperanza, una luz que ilumine nuestro camino de seguimiento hacia Jesús. El profeta Isaías va dibujando la figura del Siervo de Yahvé, y a través de diversos poemas va trazando los perfiles de ese personaje, que ha de salvar al pueblo de Dios. Él es, efectivamente, el mayor reflejo de la grandeza de Dios, es su imagen perfecta, es la manifestación mejor conseguida del amor divino, que nos tiene el Padre eterno. Es el Cristo, el Verbo encarnado, Jesús de Nazaret
También en esto hemos de asemejarnos a Cristo. Siendo como luces encendidas en medio de nuestro mundo oscuro. Y es que la misión de Cristo se prolonga en los que le siguen. Los que creemos en él somos, hemos de ser, una llamada a la esperanza. Y así cada cristiano que viva seriamente sus compromisos será como un punto de luz. De
esta forma, todos encendidos, construiremos un mundo mejor, iluminado por el resplandor del amor de Cristo.
Jesús confiadamente dijo: "mi alimento es hacer la voluntad del Padre...”, y en la hora misma de definir su sacrificio en la cruz, volvió a repetir: "¡Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya!". Este salmo es ante todo la "oración misma de Jesús", pero Jesús nos invita a que también sea nuestra propia oración. Lo que Dios espera de nosotros, no son los sacrificios externos, las oraciones ajenas a nosotros, Dios espera el ofrecimiento de nuestra carne y sangre, de nuestra vida cotidiana, del "sacrificio espiritual”. Dios espera más nuestros comportamientos cotidianos, que nuestras oraciones dominicales. Hacer su voluntad en lo profundo de nuestras vidas es lo que espera Dios de nosotros.
Jesucristo, el Cordero de Dios, realmente ofrece la seguridad - si el ser humano pone lo que está de su parte- no solo de evitar el pecado sino de enfocar su proyecto de vida en los principios que generan la vida de calidad que Dios ofrece. Entreguemos nuestros cuerpos como sacrificio de ofrenda, no de una vez sino día a día y momento a momento, en honor y gloria de Dios. Si vivimos así, la esperanza renacerá siempre en medio de las dificultades, nos sentiremos vinculados al sacrificio de Cristo y, por consiguiente, asociados también a su triunfo. El don de Dios es, finalmente, Cristo.