Luz de Cariño y Amor
Si no somos testimonio de nuestra fe en Cristo viviremos una autosatisfacción estéril, egoísta y sin frutos. Hay que crecer en la capacidad de orientar, de guiar hacia la luz de Cristo Jesús. Nuestro testimonio debe iluminar a aquellos que vienen abriendo camino con su cruz, aquellos que no conocen a Jesús, aquellos que se encuentran débiles y necesitan un aliento para llegar a ver la verdadera luz. Nuestro testimonio debe ser una luz para los demás, una luz en las penumbras de toda incertidumbre.
Si no somos testimonio de nuestra fe en Cristo viviremos una autosatisfacción estéril, egoísta y sin frutos. Hay que crecer en la capacidad de orientar, de guiar hacia la luz de Cristo Jesús. Nuestro testimonio debe iluminar a aquellos que vienen abriendo camino con su cruz, aquellos que no conocen a Jesús, aquellos que se encuentran débiles y necesitan un aliento para llegar a ver la verdadera luz. Nuestro testimonio debe ser una luz para los demás, una luz en las penumbras de toda incertidumbre.
Hay que brillar sobre todo ante las injusticias porque si eres neutral en situaciones de injusticia has elegido el lado del abusador, del tirano, del opresor, o del agresor. Como indica el canto, “Solo le pido a Dios que lo injusto no me sea indiferente,” es una manera de asumir una visión profética que rechaza el mal y pregona el bien. Hay que reconocer que trabajar por el bien común es un deber de todo cristiano donde buscamos un estilo de vida capaz de desarrollar una vida de la manera más humana posible donde no hayan barreras, prejuicios, o situaciones que impidan a los seres humanos buscar la alegría de vivir. Donde hay amor hay luz. Dios es nuestra luz y Cristo nos guía hacia esa luz.
Cristo no solo debe iluminarnos a nosotros, sino que nosotros como hijos de la luz, debemos iluminar con nuestra vida a la sociedad de la que compartimos. Vivir iluminados por la luz de Cristo es vivir en continua y constante lucha contra las injusticias. Nos convertimos en la voz del frágil, del necesitado. Es grandiosa la confianza que Dios ha puesto en nosotros, para que “relumbremos”, en medio de los que viven perdidos en la “oscuridad”. “Todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.”(Juan 3:19). La justicia de Dios debe alumbrar nuestro comportamiento
Cristo no solo debe iluminarnos a nosotros, sino que nosotros como hijos de la luz, debemos iluminar con nuestra vida a la sociedad de la que compartimos. Vivir iluminados por la luz de Cristo es vivir en continua y constante lucha contra las injusticias. Nos convertimos en la voz del frágil, del necesitado. Es grandiosa la confianza que Dios ha puesto en nosotros, para que “relumbremos”, en medio de los que viven perdidos en la “oscuridad”. “Todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.”(Juan 3:19). La justicia de Dios debe alumbrar nuestro comportamiento
Jesús dijo que nosotros llegaremos a conocer la verdad y esa verdad nos hará libres. Al observar con los ojos de la fe estaremos en la capacidad de ver la verdadera luz, esa luz que nos redime y nos rescata; entonces, todas esas circunstancias que afectan nuestra existencia no tendrán el poder de quebrantar nuestra tranquilidad interior que se ha ido fomentando durante nuestra formación en la fe, y con firmeza podremos aclamar la oración expresada en el canto “Cristo Jesús, mi luz interior, no dejes que mis tinieblas tengan voz. Cristo Jesús, mi luz interior, danos hoy acoger tu amor.” Al brillar la luz de Dios en nuestro interior la visión del alma se amplifica y se profundiza fortaleciendo nuestra identidad cristiana de tal manera que llegaremos a ser individuos portadores de la “Sal de Amor” y la “Luz de Fe” para construir un mundo mejor donde reine la verdad y el amor de Dios. Y asi nos convertimos en personas de paz, de perdón y signos de comunión.
Estamos llamados a contagiar y compartir la semilla del amor de Dios y no cerrarnos en nuestra propia carne. Si queremos ser llamados verdaderos cristianos debemos ser sal en nuestra tierra y sazón de una vida llena de gozo spiritual. Debemos luchar decididamente contra el fenómeno del mal irrigando con sal bendita y dando sabor cristiano a todo lo que pensemos, digamos y hagamos para vencer la corrupción generalizada que habita en nuestra sociedad. Vivir en la luz de Dios, en la luz de Cristo, es vivir renovado en el espíritu y a la verdad de Cristo. Debemos ser protagonistas de un cambio al amor y a la paz, donde la humanidad encuentre gozo en vivir y no encuentre una sociedad aburrida, que todo lo encuentra soso, vacío, o pueril, y que busca constantemente estímulos más fuertes porque no encuentra gozo y felicidad en la vida. Tenemos que movernos y mover a los demás, no dejarnos arrastrar sin vida como piedrillas rodadas que se lleva la corriente. Hay un dicho japonés que dice: “cuando una flor nace, el universo entero se hace primavera”. Todos estamos relacionados, todos somos un cuerpo en Cristo. Nuestro compartir debe de ser simbiótico donde nos ayudemos mutuamente para sobrevivir y crecer en el espíritu.
No olvidemos que la caridad cristiana es una condición indispensable para vivir bajo la luz de Jesús. Esto dice el Señor: parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo y no te cierres en sí mismo. La luz de los verdaderos cristianos, su práctica de una justicia generosa y misericordiosa, debe iluminar incesablemente a la sociedad en la que vivimos y entonces brotará nuestra luz como la aurora. Seamos luz de cariño y amor, luz de una gran misericordia. En la ley de Dios no cabe el egoísmo, no cabe el que todo se guarde para el sí mismo; no hay cabida para el que no abra su corazón y su corteza a las necesidades de los demás.
Y no debemos olvidar que el amar se encuentra en el dar. Y el dar no solo consiste en pan. Porque no sólo de pan vive el hombre. No solo en el dar cosas materiales. Hay que dar nuestro tiempo, hay que dar nuestras palabras sinceras, hay que dar nuestra sonrisa, hay que dar nuestro compromiso, hay que dar nuestra responsabilidad. Y sobre todo hay que dar nuestra paciencia y comprensión. Para esto debemos mantener relaciones empáticas, colocándonos en la posición del otro, sintiendo como él siente, poniéndose en los zapatos del otro y viendo las cosas como él las ve. La verdadera restauración vendrá cuando el creyente apoye en la restauración del otro, en el que debe llamarse hermano. Y no le echamos la culpa a nadie si esto no ha ocurrido. Los que debimos ser la luz de la sociedad nos hemos quedado opacos y sin sabor. Hay que despertar de la fantasía en la que vivimos y reconocer que el cristiano es hijo de la luz, un hombre iluminado que ha de encender y urgir a todos quienes nos rodean perpetuando así la presencia del que es Luz de toda la humanidad, Jesucristo nuestro Señor.
Luz de luz, dice el apóstol San Juan en el prefacio de su vangelio, exponiendo al Verbo, a la Palabra, al Hijo de Dios. Luz verdadera que nos ilumina a todos. Jesús nos dice: Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que habrá pasado de la muerte a la vida. Cristo toma en sus manos la antorcha de la humanidad y la levanta hasta iluminar al universo, usa sus palabras vibrantes y llenas de amor para renovar e incendiar a la tierra entera.