Mi Suicidio se Cancelo
Verónica Cruz
Una tarde fui a visitar al doctor porque pensé que la depresión todavía me acechaba. Este problema de la depresión no era muy reciente, por algunos años me había perseguido a tal punto que por varias ocasiones traté de llegar a extremos resultados. Los problemas que me agobiaban eran tan abrumadores que muchas veces quise matarme, la única salida que veía era terminar con mi vida.
Estando en el consultorio empecé a desahogándome con el doctor contándole mis amargas experiencias y reacciones. Empecé explicándole que hace algunos años atrás, mientras vivía en un edificio intenté lanzarme de un quinto piso. Enceguecida por mis problemas que me abatían caminé sin vacilar al borde de la ventana para tirarme, pero estando allí y al mirar hacia abajo vi al piso tan cerca que me imagine que si me hubiera lanzado no me hubiese pasado nada. Que mala suerte la mía, ni quitarme la vida podía. En mi desesperación visualizaba la situación como un obstáculo más en mi vida que no me permitía librarme de todas mis angustias y problemas.
En otra ocasión, traté de ingerir una excesiva cantidad de pastillas, ya no podía más, no había razón para continuar viviendo. Al mismo instante en que me iba a tomar las drogas, milagrosamente, la imagen de mis hijos se apodero de mis pensamientos impidiendo terminar con mi existencia. No pude concebir dejar a mis hijos solos, era una crueldad.
La depresión continuaba acechando mi vida y en esta ocasión llené una tina con agua muy caliente y aliste todo para cortarme las venas. Enceguecida por las penumbras que se apoderaban de mí, ya la angustia era más fuerte que mi voluntad y me agobiaba la incapacidad de resolver toda esa cantidad de problemas que me afligían y me aplastaban. Cerré mis ojos para despedirme de la vida y no ver nada que pudiese desconcentrarme de mi cometido. Pero de nuevo, la imagen de mis hijos se apoderó de mí pensamiento y me transportó a otro espacio, a otro lugar donde se presentaban posibilidades positivas y nuevos horizontes.
No todo termina allí. - Le dije al doctor.- La depresión continuaba tratando de apoderarse de mí sucumbiéndome en momentos atroces. Es increíble como esta enfermedad puede enceguecer a la persona embotellándola en una capsula sin salida y sin lugar de escape. Todo era negro, no tenía salida, ya lo había intentado todo y la única opción que veía era de tirarme a las vías del tren como mucha gente lo había hecho y así acabar de una vez por todas con mi vida. Me encamine firmemente y llena de lágrimas, marchaba y en cada paso que daba, recogía mi vida para lanzarla al tren. La tristeza era mi compañera y el llanto mi soledad.
El doctor me escuchó calladamente analizando mi vida. Después de contarle mis atrocidades, él se dirigió a mi diciéndome que había alguien quien me cuidaba, que yo nunca estaba sola, que continuara orando y acercándome a Dios porque esa era la mejor medicina para mi mal. Lo que las drogas harían es perderme más en la oscuridad.
Desde ese momento entendí que Dios era mi redentor y que nunca se cansaría de acompañarme. Él es el único que me ayudaría a cargar mi cruz, El junto a la Virgencita María son mi eterna compañía. Ahora ya no puedo separarme de los dos, con ellos voy donde lo quiera el Señor. Doy infinita gracia a mi redentor por darme la oportunidad de demostrarle mi agradecimiento y mi amor.
Verónica Cruz
Una tarde fui a visitar al doctor porque pensé que la depresión todavía me acechaba. Este problema de la depresión no era muy reciente, por algunos años me había perseguido a tal punto que por varias ocasiones traté de llegar a extremos resultados. Los problemas que me agobiaban eran tan abrumadores que muchas veces quise matarme, la única salida que veía era terminar con mi vida.
Estando en el consultorio empecé a desahogándome con el doctor contándole mis amargas experiencias y reacciones. Empecé explicándole que hace algunos años atrás, mientras vivía en un edificio intenté lanzarme de un quinto piso. Enceguecida por mis problemas que me abatían caminé sin vacilar al borde de la ventana para tirarme, pero estando allí y al mirar hacia abajo vi al piso tan cerca que me imagine que si me hubiera lanzado no me hubiese pasado nada. Que mala suerte la mía, ni quitarme la vida podía. En mi desesperación visualizaba la situación como un obstáculo más en mi vida que no me permitía librarme de todas mis angustias y problemas.
En otra ocasión, traté de ingerir una excesiva cantidad de pastillas, ya no podía más, no había razón para continuar viviendo. Al mismo instante en que me iba a tomar las drogas, milagrosamente, la imagen de mis hijos se apodero de mis pensamientos impidiendo terminar con mi existencia. No pude concebir dejar a mis hijos solos, era una crueldad.
La depresión continuaba acechando mi vida y en esta ocasión llené una tina con agua muy caliente y aliste todo para cortarme las venas. Enceguecida por las penumbras que se apoderaban de mí, ya la angustia era más fuerte que mi voluntad y me agobiaba la incapacidad de resolver toda esa cantidad de problemas que me afligían y me aplastaban. Cerré mis ojos para despedirme de la vida y no ver nada que pudiese desconcentrarme de mi cometido. Pero de nuevo, la imagen de mis hijos se apoderó de mí pensamiento y me transportó a otro espacio, a otro lugar donde se presentaban posibilidades positivas y nuevos horizontes.
No todo termina allí. - Le dije al doctor.- La depresión continuaba tratando de apoderarse de mí sucumbiéndome en momentos atroces. Es increíble como esta enfermedad puede enceguecer a la persona embotellándola en una capsula sin salida y sin lugar de escape. Todo era negro, no tenía salida, ya lo había intentado todo y la única opción que veía era de tirarme a las vías del tren como mucha gente lo había hecho y así acabar de una vez por todas con mi vida. Me encamine firmemente y llena de lágrimas, marchaba y en cada paso que daba, recogía mi vida para lanzarla al tren. La tristeza era mi compañera y el llanto mi soledad.
El doctor me escuchó calladamente analizando mi vida. Después de contarle mis atrocidades, él se dirigió a mi diciéndome que había alguien quien me cuidaba, que yo nunca estaba sola, que continuara orando y acercándome a Dios porque esa era la mejor medicina para mi mal. Lo que las drogas harían es perderme más en la oscuridad.
Desde ese momento entendí que Dios era mi redentor y que nunca se cansaría de acompañarme. Él es el único que me ayudaría a cargar mi cruz, El junto a la Virgencita María son mi eterna compañía. Ahora ya no puedo separarme de los dos, con ellos voy donde lo quiera el Señor. Doy infinita gracia a mi redentor por darme la oportunidad de demostrarle mi agradecimiento y mi amor.