Mirando desde Nuestro Interior
"Señor mío, Dios mío” fue la exclamación de asombro, admiración, y perplejidad con la que Tomas mostró al ver al resucitado Jesús en medio de él y los otros apóstoles. Tomas no esperaba tan grande ocurrencia; que aquel quien fuera crucificado y matado, ahora estuviera enfrente de ellos animándolos y ungiéndolos de su Espíritu, para que continuaran propagando la Buena Nueva de Dios, y asegurándoles que no los dejaría solos en ese andar. El comportamiento nace de una condición humana que es la expresión de sentimientos, emociones, experiencias, creencias y reacciones que son respuestas al medio ambiente que se manifiestan por medio de una cultura, y que de una u otra manera, limitan la capacidad de observar el misterio de Jesús. Nuestra aptitud de ver solamente con los ojos y aceptar únicamente lo distinguible, lo palpable, o lo científico paraliza, aniquila, o enmudece la dimensión espiritual atrofiando nuestra humanidad. |
Por ejemplo, alrededor de Jesús hubo personas cercanas a El que lo traicionaron, lo negaron, y desconfiaron de Él a pesar de todas las obras realizadas por El. Este comportamiento es una indicación de una deficiencia humana que no nos permite ver más allá de lo tangible o evidente. Cuando se ve solamente con los ojos somáticos, se observa solo dentro de los parámetros de un mundo superficial. Cuando se observa desde el interior humano, existe una mejor comprensión que conlleva a una perspectiva más amplia y más profunda; hay una interiorización, una compenetración que incorporara nuestra manera de ser, de pensar y de sentir, con el mundo exterior. Esto ayuda a identificarnos con ideas y sentimientos ajenos. Esta interiorización nos convierte en personas empáticas; personas conscientes de que hay una existencia más allá de nuestro autonomía individualista.
Para lograr ver con los ojos de la interiorización hay que preparace mediante una educación que ayude a cultivar una sensibilidad que conecte y enlace los sentidos y la mente en su totalidad; es allí cuando se logra expandir las percepciones y se encuentre un equilibrio que conlleve al individuo a visualizar y captar con más claridad y mejor efectividad; entonces, la persona está en mejor capacidad de ponerse en armonía con la naturaleza, sembrándose y nutriéndose de ella.
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Cuando el individuo ve, más aun, con los ojos del alma, puede entrar en el ámbito espiritual, ya no solo se está en armonía con la creación, sino que también con el creador. Es en este estado donde el mundo se ve diferente, y se distinguen con más claridad las enseñanzas de Jesús a tal punto que asombrosamente podremos exclamar ¡Señor mío, Dios mío ahora entiendo lo que me quieres decir! El amor de Dios se ve desde la fe. “Ver para creer” es lo más común cuando se mira con la vista corporal, pero para ver el misterio de Jesús hay que “creer para ver.”
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La fe en Jesús, en un Jesús cercano y protector, había sido para los apóstoles hasta ese entonces, la comida y la medicina espiritual que nutría sus vidas que les convertía en personas firmes y valerosas, seguros de sí mismos. Cuando esa fe radiante en Jesús se resquebrajó y casi se desvaneció por la muerte de Jesús, la vida de los discípulos se opacó y se llenó de incertidumbre, aflicción, e incógnitas. Pero cuando el Jesús resucitado se presenta a los discípulos, su fe vuelve a cobrar aún más vitalidad y una alegría interior, de tal punto, que muchos de ellos se entregaron al martirio como el apóstol Tomas. Tomas dudó de la aparición de Jesús porque no estaba ahí cuando se les apareció a los demás apóstoles, pero cuando lo vio personalmente experimentó esa
internalización que lo hizo exclamar “¡Señor mío, Dios mío!” y así entrego su vida por El. La fe te transporta a Dios
internalización que lo hizo exclamar “¡Señor mío, Dios mío!” y así entrego su vida por El. La fe te transporta a Dios
Sin fe, la vida pierde sentido y visión, nuestro existir se nubla de inseguridad, el mundo nos atrapa con todos sus falsos encantos e iniquidades, y nos llena de interrogantes y de oscuros presagios. Mientras que la fe que nos da la confianza en el Jesús resucitado, suministra gozo interior, vitalidad espiritual, y provee un balance racional y emocional que nos prepara para actuar con convicción durante la ardua jornada de nuestras vidas. Muchas veces, en el caminar de nuestra vida, la fe es nuestra incansable custodia, que aunque el cuerpo se deteriore y se agote, mientras en nuestra alma siga viva y latente esa fe, toda nuestra vida se llena, a pesar de todo, de gozo y júbilo. La fe es un arte de ver con el cuerpo y con el alma. Por lo tanto, la definición de fe como creer en lo que no vemos, es una definición indudablemente incompleta: para creer hace falta ver vivamente, con los ojos del cuerpo y con los ojos del alma. Cuando Jesús le dijo a Tomás: dichosos los que crean sin haber visto, Él se refería a una visión que va mucho mas allá de la simple visión corporal.
Los santos son un ejemplo de una visión interiorizada y el mirar del alma. Ellos vivieron llenos de fe, esperanza y caridad y aunque tuvieron que vivir muchas veces acosados, perseguidos, incomprendidos y martirizados, fueron personas interiormente jubilosas, y en avenencia con Jesús. Ellos fijaron su mirada fijamente en Cristo, el Resucitado. Ellos vivieron una jornada de purificación y conversión interior, expresada visiblemente en su ministerio. “Dichosos los que crean sin haber visto”. Cuando miramos con los ojos del alma estamos en la capacidad de brillar en las penumbras de la vida y seremos luz para los demás.